No conocía ese documento.
Se ve que está escrito en caliente (La conferencia Marsá fue el día 26 y el documento está fechado dos días después). Según señala el mismo documento el Rector habla en nombre del “Servicio de Universidades”. No sé qué organismo llevaba ese nombre, aunque supong0 que se refiere a un Comité del Ministerio del Trabajo que regulaba el nombramiento de los profesores de la Universidad.
Dice que se ofreció a Marsá la “oportunidad para su rehabilitación”. Según está redactado, la oportunidad sería haberle ofrecido la exposición de su conferencia en la Semana Social. Pero no es así. La oportunidad que se le dio para rehabilitarse fue la plaza de profesor en la Universidad Laboral de Córdoba. Hay que tener en cuenta que su padre, Antonio Marsá fue Fiscal General en la II República y posteriormente Consejero Permanente del Estado (de la República). Acabada la guerra civil Antonio Marsá fue confinado a vivir en Pamplona por tres años. Los dos primeros hijos Marco y Licinio estuvieron presos acusados de masones y republicanos. Plutarco, como es natural, estaba también fichado como enemigo del Régimen.
La lista de las razones alegadas ‘para condenarle son exageradas y, algunas, inexactas. Plutarco conocía my bien la organización del trabajo. Hace poco recibió un homenaje póstumo de las mujeres trabajadoras por su libro “La mujer en el trabajo” de los sindicatos. Plutarco estaba bien preparado, tenía tres doctorados: Derecho, Política y Filosofía. Lo único que se le podría criticar de la conferencia fue el tono y el atrevimiento de manifestar en público su desacuerdo con la legislación social.
El documento le ofrece una alternativa: presentar su renuncia por escrito o someterse a un expediente. No presentó la carta de renuncia ni se le sometió a un expediente. Fue destituido por decreto y siempre me dijo que había sido destituido por decreto. Siempre se quejó de no haberle dado la oportunidad de explicarse. El rector no tenía autoridad para hacer esa destitución. Tuvo que ser el “Servicio de Universidades”.
Me extraña la prohibición de no regresar a la Universidad más a la universidad, ni para presentar personalmente su renuncia voluntaria (caso que fuera esa su decisión) ni para recoger su coche, que tuve llevárselo yo directamente a Madrid.
En resumen: Pienso que el documento no es obra personal del Rector, que no tenía autoridad para destituir a un profesor nombrado por el Servicio de Universidades, sino la transmisión de una orden ya dictada. Ciertamente el P. Ániz aduce razones personales, pero durante los seis años (dos años con el P. Miguel Fraile, el primer rector, y cuatro con el P. Ániz) que Marsá estuvo de profesor en la Escuela de Capacitación Social y en los Colegios Mayores no recibió ninguna advertencia por su doctrina o docencia.
Juan Manuel Pérez, OP
|
Me ha sorprendido el documento, enviado por José Illescas Molina, en el que se comunica al profesor Plutarco Marsá Vacells el cese de su actividad docente en la Universidad Laboral de Córdoba, en el año 1962. Creo que se trata de uno de esos capítulos, de la historia secreta del centro educativo, que impactan a todos, salvo a quienes acostumbran a justificar cualquier condena con el consabido prejuicio: “¡Algo malo habrá hecho, el fulano, para merecer esa suerte!”
Pero trasladémonos al tiempo y las circunstancias en que sucedieron los hechos.
Vivíamos en una dictadura. Y es propio de las dictaduras que las represente un individuo aunque las posibilite un colectivo, y que si permanecen muchos años en el poder, se expliquen por un determinado y cuantitativo apoyo popular. Póngaseme el ejemplo que se quiera, desde Franco a Fidel Castro: ninguna dictadura duradera en el tiempo ha carecido de ese apoyo, y junto a él debe contarse con una parte de las instituciones, poderes fácticos, organismos religiosos, políticos, o culturales, que recibirán beneficiosos parabienes. ¿Sobre cuáles de aquellos puntales depositaba el régimen su confianza en el año 1962?
A la Falange se la habían agradecido los servicios prestados, y jugaba un papel testimonial e insignificante. Ya nadie creía en una sociedad nacionalsindicalista, y el término “camarada” o el “saludo romano”, anacrónicos, habían pasado a mejor vida.
El ejército permanecía incólume, y en la retaguardia, reservando sus fuerzas.
La cámara legislativa, estaba trufada de obispos. El nacionalcatolicismo, algo más que un ideario de sabor medieval y teocrático, arrogante y en pleno apogeo por su fundamentación de origen divino, trabajaba por la homogenización y monopolización ideológica de la sociedad española, atropellando cualquier atisbo de librepensamiento o laicidad. El clero, gestor terrenal de intereses supremos, gozaba del privilegio nunca alcanzado por ningún colectivo, y contaba con el respeto de un pueblo que hacía virtud de la pobreza material y cultural.
Y por último, los organismos administrativos del Estado, combativos y efervescentes, seguían sin pestañear el camino señalado por las leyes, que las Cortes aprobaban por unanimidad e inquebrantable lealtad, y con la impunidad que permite el poder absoluto.
En ese contexto hay que entender el procedimiento puesto en marcha para expulsar a una de las mejores cabezas que pasó por la Universidad Laboral de Córdoba: el profesor Plutarco Marsá. El mecanismo de reacción fulminante contra la disidencia, respondía a sus provocaciones con un automatismo adecuado al propósito de mantener el monopolio, político y social, en todos los ámbitos. Y las reinterpretaciones al estilo del comentario anexo del dominico, padre Juan Manuel Pérez, nos confirman en exclusiva que, los fracasos nadie se los atribuye… no tienen padre.
De entonces a hoy ha llovido a cántaros. Solamente a los nostálgicos aflige el fin de la dictadura, y nadie asume la literalidad de proyectos políticos trasnochados. No creemos en la incondicionalidad del español a una sola concepción de la política, de la religión, o de la vida; ni creemos en un mundo plano en el que la subordinación al Jefe es sagrada. Hemos humanizado las relaciones entre las personas, instaurado nuevos valores y democratizado la sociedad, hasta el punto en que los corruptos por fin son señalados por el dedo de la justicia. No nos engañemos: esto nunca sucedió en España…, pese a todo avanzamos.
Y porque confío en que avanzamos, me atrevo a repetir la propuesta hecha por mí, no hace tantos días, en la encuesta sobre la reforma de los estatutos de nuestra asociación, una sugerencia que recogería, debidamente, el carácter universalista de la inspiración de AULACOR. Venimos de vuelta. Hemos dejado de ser aquellos chavales ingenuos a los que debía de ahormarse para evitar desviaciones, y recorrido el mundo entero, estamos presentes en los cinco continentes habitados, y no hay cultura por exótica que parezca, capaz de resistirse al conocimiento de alguno de nuestros compañeros. No es posible, en conclusión, renunciar a lo aprendido en el camino de la vida. Pero tenemos con nuestros padres deudas impagables, reconocemos plenamente el trabajo y la ilusión de los maestros que nos formaron, y respondemos a las exigencias de los primeros y los segundos, porque nos educaron para superar la educación, y sin tal superación no hay progreso personal ni social: la experiencia, el trabajo y la vida, nos ha sometido a un proceso de autodeterminación personal e independencia.
Nuestro objetivo en AULACOR, como colectividad de exlaborales, no puede ser la defensa de ningún modelo ni dogma, discutidos o localistas. Orientados por la ambición intelectual, debemos prestarnos a la defensa de lo universal, y en nuestra propia organización, promoviendo:
Los valores del humanismo y la tolerancia.
El amor a la vida y el acercamiento a nuestros semejantes.
La libertad y la justicia.
Un sentimiento de solidaridad incontenible.
Y por último debemos promover, desde nuestra actitud como laicos sensibles y responsables, el respeto a todas las doctrinas de cualquier índole, que tengan por norte el bien común, y manifiestos procedimientos pacíficos.
Nada más. Unos principios como los apuntados, respetuosos con la libertad de conciencia, hubieran hecho imposible la expulsión del profesor Plutarco Marsá.
|