Actualizada el Sábado, 5 Agosto, 2017 15:22
   
Carta desde la esperanza (Junio 2017)

Nueva Esperanza, Usulután, El Salvador, 22 junio 2016

Hola, amigas y amigos de Nueva Esperanza, saludos. Hoy les envío una carta en dos apartados.  El primero es un testimonio cargado de luz de alguien que nos conoce muy bien, y el segundo es una carta mí corta y algo filosófica que espero sean capaces de leer hasta el final.

La primera parte es de un gran amigo nuestro, Joan, que vivió dos años con nosotros de una forma intensa (años 1999 y 2000) y nos conoce muy bien por diversos motivos. El ha escrito una carta preciosa al grupo de jóvenes de Nueva Esperanza que pintaron el puente de entrada. Hace una interpretación de síntesis de la reciente historia y vida de nuestra comunidad dirigida a las y los jóvenes que es muy esclarecedora y nos permite conocernos mejor y meditar en nosotros mismos. Es un testimonio que nos ilumina en nuestro caminar actual. Se la remito en parte con la alegría y la esperanza de que también a todos nuestros amigos y amigas les abrirá su mente y su corazón. La parte que  transcribo va sin el permiso expreso o sin contar con su autor. Nos llegó ayer miércoles 21 de junio de 2017, escrita a petición mía. Es un testimonio lúcido que nos anima a todos/as. Les transcribo la parte siguiente:

(…) Para mi esposa Marta y para mí fue una experiencia emocionante. Compartimos cada día lecciones de sabiduría y de amistad en contacto con gente admirable de quien aprendimos el valor de la lucha en tiempos difíciles: la generación de sus padres. Ellos crearon un modelo de vida en comunidad después de la guerra, el exilio en Nicaragua o Panamá, el regreso épico a las "tierras pagadas a precio de sangre".

Y nos tocó trabajar en el instituto y en la escuela con niños y jóvenes que soñaban en construir un mundo nuevo. Con el apoyo visionario del padre Ángel empezaron en la escuela bajo los árboles, pero después inventaron el instituto, el transporte escolar, las becas para estudios.

De aquellos jóvenes ilusionados aprendimos también lecciones de solidaridad, de entusiasmo, de madurez. Lean cuando puedan el Manifiesto sin Futuro y entenderán que en aquellas aulas brillaba la creatividad y la fuerza.

Todos ellos, los que vivieron la guerra como adultos o como niños, imaginaban un futuro en paz, y proyectaban sus ilusiones en los niños del futuro: ustedes.

Pero hoy resulta que precisamente a su generación les toca el reto más difícil: luchar por un mundo mejor en un entorno de violencia y miedo. Una violencia que es distinta de la que conocieron sus padres, porque no tiene ideología, ni proyectos de futuro, no aspira a construir, no nos permite soñar.

Vivir en el Bajo Lempa hoy no es fácil. Pero sólo la educación y el compromiso pueden dar una oportunidad tanto individual como colectiva. Y ahí es donde ustedes demuestran un valor admirable, vistiendo el uniforme y saliendo cada mañana en dirección a la escuela y el instituto, desafiando al miedo para construir un futuro para ustedes y para su comunidad.

Nuestro apoyo es un compromiso con el que pueden contar siempre. Algunas veces un apoyo económico y técnico en la elaboración de proyectos. Pero sobre todo un compromiso de amistad y admiración, para que sientan que hay alguien al otro lado.

Yo había escrito otra antes que dudaba en enviarles, pues es algo subjetiva y fruto de un momento de tristeza. Meditaba como la amistad y la vida comunitaria tienen que someterse al yugo del temor y la violencia. Es la siguiente:

Esta carta es para quienes les gusta leer. Es breve. Podía haber sido el doble o varias veces más larga. Saludos en este mes caliente o lluvioso según donde se encuentren.

Los tiempos cambian y nosotros también. Los acontecimientos nos afectan de mil maneras diferentes, aunque en ocasiones no nos demos cuenta de ello. Pero los hechos ahí están. Suceden.

Bueno, esta es una introducción filosófica porque es difícil hablar hoy de nosotros mismos, de mí mismo. Claro que se pueden decir cosas, pero en el fondo se ha establecido un poso de incomunicación. Es mejor callar. O, si prefieren, hablar sólo con algunas personas, principalmente de la familia. O hablar de cosas pasajeras, intrascendentes. Sin embargo, antes o después, todo se sabe. Así está la vida en Nueva Esperanza, en el Bajo Lempa y me supongo que en la mayor parte de El Salvador. Es herencia colonial. Es una reacción de siglos entre la población para sobrevivir. Y hoy sucede también. Esta es mi apreciación de la realidad que vivimos.

Lejos queda la vida comunitaria que preparó el retorno o repatriación, la llegada y reconstrucción y hasta tiempos no tan distantes. Los acontecimientos de los años recién pasados en relación con el incremento de la violencia mortífera en todas las áreas de este país nos llevan hoy al saludo silencioso, pasajero, de los demás. Pues no se ha acabado todavía esa espiral de violencia introyectada hasta lo más íntimo de nuestras vidas, tanto de adultos como infantil. El miedo se mezcla con la sobrevivencia, los genes actúan por encima de nuestra razón, la convivencia se parcializa en grupos de interés sobrevivencial, las familias se agrupan en defensa de su identidad familiar.

El dolor, el recuerdo, la angustia, el trauma, el estrés germinan en el interior de las personas, más si son mujeres, y elevan las preocupaciones en los varones. El silencio explota en ocasiones propicias y se explaya en explicaciones interminables. Cada quien sobrevivimos a nosotros mismos sacando lo mejor de nuestras energías. La esperanza se sobrepone ante múltiples obstáculos. Hay que seguir. Hay que vivir. Las hijas e hijos merecen un futuro digno, menos agobiante, más tranquilo.

Salir, marchar, ha sido una solución inmediata. Por miles. Generaciones enteras se han escapado como han podido de este horizonte de insatisfacción y muerte. Quienes se han ido ¿tienen un presente mejor? Son extraños en la tierra que habitan. Encarcelados entre las paredes blancas de un apartamento y de un trabajo ímprobo que no acaba nunca. Pero la esperanza se mantiene ahí también y permite sobrevivir. Lejos de las ansiedades de muerte que les rodeaban, lo que ya es un descanso esencial.

Y nosotros, quienes quedamos ¿sobreviremos? Caminar, caminar es el destino de los pueblos originarios hasta que se asentaron aquí.

Y en ese caminar nos encontramos con la vida de las mujeres que al presentarles una ocasión de platicar (charlar) en confianza nos trasmiten mil vicisitudes interpretaciones sentimientos dudas y testimonios. Y renace la esperanza. Y con las y los jóvenes generosos que siguen su trayectoria sin importarles el ambiente que les rodea pues se sobreponen a él. Y los varones que mantienen todo en pie y para adelante suceda lo que suceda.

Y así seguimos. Con ustedes, con vosotros y vosotras, con nuestros amigos y amigas de distintas latitudes. Con el buen Dios viviente que nos acompaña y nos guía en todos nuestros avatares.

Un abrazo grande Ángel AQ

 

 
Pinturas del puente de Nueva Esperanza, El Salvador, replicadas en el instituto Vil-a-Romana de La Garriga, Barcelona
 
 

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