Actualizada el Miércoles, 19 Febrero, 2014 23:34
   
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PRESENTACION PREGONERO 2010

“ JOSE ANTONIO LUQUE DELGADO ”

Cuando Paco Castillero me comentó quien era el pregonero me dio temor ya que yo tenia que presentarlo y ante este reto para mí no puedo defraudar a la voz de Córdoba en la radio, este gran cordobés José Antonio Luque.

José Antonio Luque nace en Lucena en el año 1959, realizó el bachillerato en la Universidad de Córdoba, donde se diplomó en Ciencias de la Educación ( Profesorado de EGB ).

Inició su actividad en la radio en 1975 como responsable del equipo realizador del programa “Fraternidad en Marcha” que en aquellos tiempos era retransmitido por la Vóz de Andalucia, dedicado a la promoción personal e integración social del minusvalido, estando en antena durante 7 años, obteniendo el premio Serem-78 del Ministerio de Trabajo.

A partir de ese momento es cuando empieza a sustituir a locutores-redactores en Radio Cadena que le introducen definitivamente en el mundo de la radio.

Con la creación de Antena 3 Radio pasa a formar parte de la plantilla de Córdoba como locutor-redactor.

Ha sido también corresponsal del diario El Pais en nuestra ciudad.

En el año 1991 pasa a formar parte de la familia de Canal Sur Radio donde permanece en la actualidad.

Para mí, en especial hay dos virtudes que destacar en José Antonio Luque, el don de palabra que tiene y la dulzura con la que habla, así como su disponibilidad cada vez que algún colectivo le pide que le eche una mano a la hora de presentar siempre está dispuesto, como nos hizo con la Federación de Peñas Cordobesas en el homenaje a Manuel Camargo Zurita.

En el año 1988 recibe del Ateneo la Fiambrera de Plata, así como cantidad de agradecimientos y reconocimientos de los colectivos cordobeses.

Hay un programa caracteristico en Córdoba cuando se avecina la Semana Santa y es “ Paso a Paso ” que aporta la vivencia de escuchar de primera mano lo que esta ocurriendo delante de El ó en otros puntos de la ciudad.

Tambien ha aportado a la ciudad sus pregones tanto a la famila del Carnaval en el año 2000, como a la de las Cofradias en el año 2005.

Como anécdota y coincidencía, comentar que cada cinco años ha celebrado su pregón y le queda otro colectivo como es el de las Peñas, sus Peñas, en el 2010, así que con todos ustedes:

José Antonio Luque Delgado.

 

Francisco José Ruiz Baños
Córdoba 23 de Octubre de 2010
PREGÓN DE SAN RAFAEL

 

José Antonio Luque Delgado

Centro de Iniciativas Culturales Osio.

Pronunciado en Córdoba el 23 de octubre de 2010, víspera de San Rafael.

 


Dignísimas autoridades, Hermandad de San Rafael, señor presidente de la Federación de Peñas Cordobesas, queridos peñistas, amigas y amigos todos.

Las peñas son enseñas

de sociabilidad.

Son gentes apiñadas

derrochando amistad.

En Córdoba son signo

de bien saber estar

en torno a los que quieres,

compartiendo un buen vino,

la charla y el yantar.

Echando un dominó

—por qué se ha de negar—

o disponiendo todo

porque hay que festejar

lo próximo que toque en

en nuestra capital.

Si es en enero, Reyes.

Después, el Carnaval;

luego, las romerías.

Y, para anunciar mayo,

la batalla floral.

Cuando llega la feria

¡qué les voy a contar!

Y durante el verano,

verbenas sin cesar.

Aunque todo comienza

como debe arrancar:

honrando a quien custodia

nuestra hermosa ciudad

y repartiendo potros

con los que reflejar

el reconocimiento


a esta labor social.

Si te gusta la copla,

dónde mejor estar.

Si lo tuyo es el fútbol,

son la hinchada ideal.

Si prefieres los toros,

de aquí a la plaza irás

y luego a la tertulia,

que se disfruta más.

Si es un perol, en ellas

exquisito sabrá.

Quien conozca las peñas,

sé que aprovechará

para dejar bien clara

su singularidad

como también apuesta

de Capitalidad.

 

Decía san Agustín que “Angelus officii nomen est non naturae”, que  significa que el nombre de ángel indica su oficio no su naturaleza. 
¿Y cuál es el cometido de ese oficio? Pues ser servidor y mensajero  de Dios porque contempla permanente su rostro. Es decir, llamar a  una criatura ángel es calificarle como un profesional de la  comunicación (no en balde el patrón de los que trabajamos en la  radio es el arcángel San Gabriel), un ayudante personal y un  protector del hombre o de los hombres que te ha asignado el  Creador.

Para la Iglesia, la existencia de los ángeles es una verdad de fe  reflejada en las escrituras de la Biblia y mantenida por la Tradición y  el magisterio eclesial. En el párrafo quinto del apartado 328 del  Catecismo de la Iglesia Católica se indica que los ángeles son  criaturas de naturaleza espiritual cuyo cometido, insisto, es servir a  Dios, comunicarse con los hombres y ayudarles.

— ¡Ay, San Rafael bendito, que yo me tenía que morir! —

 Eso lo solía decir mi abuela María cada vez que pillaba un sofocón,  cosa que con su carácter era bastante frecuente. Muchos años  después, cuando realmente se vio a las puertas de la muerte, el  sentido de su exclamación indicaba justamente lo contrario, y ya en  un verdadero tono de resignación y súplica:

— ¡Ay, San Rafael bendito, que yo no quiero morirme todavía, que  quiero quedarme con los míos! —

Yo, que era un chiquillo recién venido a Córdoba desde mi Lucena  natal, entendí entonces que existía un personaje que administraba almas y haciendas en esta tierra en nombre nada menos que de Dios  mismo. Lo corroboraría su innumerable presencia a través de  imágenes por doquier en lo que después supe que se llamaban  triunfos.

Y miren por donde, vine a recalar con sólo cinco años al Hogar y  Clínica San Rafael, regentado por los hermanos de San Juan de Dios,  para que me operasen de las secuelas de polio e intentasen  rehabilitar en lo posible los estragos que el virus había dejado en mi  pierna, afectada cuando tenía trece meses.

Yo fui uno de esos niños que visitaban los voluntarios entre los que  se encontraba un joven que después llegaría a ser un reputado  cofrade y peñista, Rafael Serrano Elías, a quien recuerdo como  vagamente en sueños vestido de rey mago llevándonos juguetes en  Navidad. Uno de los niños, hospitalizado y mantenido gracias a la  generosidad de los cordobeses, canalizada por el tesón y la  machaconería, saco al hombro, del padre Bonifacio, el hermano  limosnero que pedía en nombre de San Rafael —otra vez San  Rafael— y de su fundador, San Juan de Dios, el loco de Granada,  para sus pequeños enfermos.

En la llamada finca de San Pablo, donada a la orden hospitalaria en  1934, se levantó apenas un año después el Hogar y Clínica, que fue  evolucionado, una vez erradicadas las enfermedades tratadas por  los hermanos –entre ellas la poliomielitis—, hasta convertirse en el moderno hospital que es actualmente. Por destacar un hito, ahora  que se proyectan nuevas obras de ampliación, la importante reforma  llevada a cabo bajo la dirección del arquitecto Enrique García Sanz:  una nueva planta con cabida para la formación profesional en  enfermería de los propios religiosos con una hermosa fachada y  cubierta. En esa planta se ubicaron dos largas habitaciones  comunitarias como era propio de la época: la de los niños mayores y  la de los pequeños. En medio quedaba la capilla. Y en ella hice yo,  sentado en mi camita con chaqueta de marinero, junto a un grupo  de compañeros también encamados, la Primera Comunión el 8 de  marzo de 1966. Tenía frente mí una hermosa imagen de la Virgen y  la flanqueaban otras dos: una de San Juan de Dios y otra –como  no— de San Rafael.

Esa época de mi vida, que pese a todo recuerdo muy feliz,  determinó muy mucho lo que soy y como soy. Cuando salíamos a la  terraza a tomar el sol e incluso en alguna ocasión a ver teatro desde  aquella peculiar platea, una formidable escultura blanca custodiaba  nuestra casa— hospital desde la cúspide de la fachada. Una  escultura de corte neoclásico realizada por los Hermanos García Rueda. Representaba al arcángel San Rafael con algunos atributos  diferentes de su iconografía tradicional. Alas plegadas, pero  abiertas; báculo en la mano derecha, con el escudo, granada y cruz  de la Orden hospitalaria; y con el brazo izquierdo sosteniendo el  hábito de los hermanos de san Juan de Dios. El cimacio en el que se  apoya la imagen está formado por las olas del mar, donde aparece  un querubín con un pez en la mano.

A partir de ahí vendrían para mí las numerosas imágenes situadas  estratégicamente a través de la historia para que no olvides que  estás en la Córdoba de San Rafael. Por ejemplo, cuando entras o  sales de la capital te lo encuentras triunfante en su columna del  Puente Nuevo, surgido de las manos de Amadeo Ruiz Olmos, según  un eficaz diseño de José Rebollo en los primeros años de la década de los cincuenta. Si te acercas por la Plaza de la Compañía, allí lo  tienes desde principios del siglo XVIII. (Desde comienzos del XX, sin  esa verja que separaba el Triunfo de los fieles, alimentada primero por lámparas de aceite y luego de gas.) Que acudes a la Plaza del Potro, allí está más flamenco que nadie, a pesar de la pequeñez de su estatura, sobre el obelisco en que lo situó Michel de Verdiguier, vecino entonces del lugar, quien solicitó permiso al Ayuntamiento para ubicarlo, en mayo de 1768. Que vas a ver una película al cine de verano, esa hermosa posibilidad que te ofrece Córdoba para disfrutar cada noche al fresquito durante los meses de calor mejor que en ningún otro sitio, ahí está ubicado sobre su pedestal de mampostería reflejándose en el agua de la Fuenseca. Aunque llegó primero: él estaba allí más de un siglo antes de que se inventara el 
séptimo arte.

Cuando mi hija Rocío era pequeñita, le llamaba el cepillo de dientes.  La comparación con el artilugio eléctrico de limpieza dental era su  manera de referirse a uno de los triunfos más emblemáticos, causante del cambio en el nomenclátor popular de la zona: tú dile a un peñista que la verbena en Agosto de la Virgen de los Faroles se hace este año en la Puerta del Puente y posiblemente te mire con estupor pensando que se la habrán llevado del Triunfo por las obras.
A mediados del siglo XVIII recibió Verdiguier el encargo de dirigir la obra del prestigioso monumento de más de veintisiete metros de  altura. Sobre una base en mármol negro se erige un monte del  mismo material; en su cumbre, una torre o castillo en jaspe encarnado adornado con almenas que, a su vez, sirve de base a la columna de mármol blanco veteado que eleva a San Rafael. Alto como lo está culminando la torre de la Catedral— Mezquita, o de la Mezquita— Catedral, como ustedes prefieran.

Yo me lo encuentro cada día cuando llego a la radio. Lo colocaron en la Glorieta del Conde de Guadalhorce, de cara a la antigua estación de ferrocarril –que hoy es la sede de la RTVA— recibiendo a los viajeros que llegaban a la ciudad. La imagen mide un metro sesenta – ¡qué talla más humana!— y está constatado que se erigió en 1743. Estuvo ubicada en el Alcázar de los Reyes Cristianos, junto a la puerta más cercana al río. Llegó a la Glorieta de la antigua estación durante las obras de reforma del edificio y andenes en 1953. 
Una petición vecinal decidió al Ayuntamiento en 2007 a desmontarlo, limpiarlo y darle un giro de ciento ochenta grados para que el santo quedase de cara a los bloques de viviendas cercanos. Los de la radio y la tele torcimos el gesto pensando que a partir de entonces, con el santo de espaldas, a lo mejor nuestra producción sería un churro. Pero a lo que se ve, el Custodio es tan omnipresente que no nos ha olvidado. Al contrario: nos da siempre la lección de que somos nosotros, los periodistas –y más si nos paga el erario público—, los que hemos de mirar cara a cara a la gente si queremos reflejar de modo correcto en nuestra programación sus problemas, sus inquietudes, su riqueza. Si queremos de verdad ser un espejo en el que se refleje Córdoba.

Por cierto, ¿dónde está el San Rafael de El Arcángel? Lo digo a propósito de lo que hablaba de la gente. Más de una vez ha llamado a la emisora Paqui, la esposa del querido compañero periodista Sebastián Cuevas, fallecido hace años, preguntando por el compromiso del Ayuntamiento contraído con la Asociación de Vecinos La Barca del Arcángel, de devolver al estadio la imagen del Custodio que se retiró cuando se demolió el antiguo campo de fútbol y se realizaron las obras del Eroski.

Podríamos estar horas y horas hablando de los triunfos de San Rafael en Córdoba, pero desde luego no soy yo la persona más adecuada para hacerlo. Sí, por supuesto, hay que referirse al más antiguo de los existentes en la ciudad. Al más conocido, al más divulgado (lo hemos visto en la televisión, en el cine<), ante el cual seguro que más se ha reflexionado, rezado y contemplado. Me refiero al San Rafael del Puente.

Obra de Bernabé Gómez del Río, en 1651 fue incorporado al pretil del Puente Romano para bendecir a todos aquellos visitantes que salían o entraban por la Puerta del Puente. Contiene dos lápidas conmemorativas. La situada en el extremo inferior es del 19 de septiembre de 1789 y fue ofrecida por el gremio de curtidores al recién proclamado Carlos IV:

“Mayor gloria de Dios y culto de nuestro santo Custodio, el gremio de curtidores y fabricantes esta santa imagen celebridad de la feliz exaltación al trono de nuestro católico monarca el Rey don Carlos IV porque Dios le guarde muchos años”

Ha sido tradicional que los vecinos del Campo de la Verdad mantuviesen viva su llama, como símbolo de fe, mediante la ofrenda de numerosas velas. Con motivo de la restauración del Puente Romano, en 2006, fue a su vez restaurada y limpiada esta imagen.

Allá por el año 1928, Federico García Lorca dejó plasmado en su “Romancero Gitano” este texto, un cl{sico de la literatura española, que certifica con la magia de la palabra poética la indisoluble unión de Córdoba con san Rafael.

 

I

Coches cerrados llegaban

a las orillas de juncos

donde las ondas alisan

romano torso desnudo.

 

Coches que el Guadalquivir

tiende en su cristal maduro,

entre láminas de flores

y resonancias de nublos.

 

Los niños tejen y cantan

el desengaño del mundo,

cerca de los viejos coches

perdidos en el nocturno.

 

Pero Córdoba no tiembla

bajo el misterio confuso,

pues si la sombre levanta

la arquitectura del humo,

un pie de mármol afirma

su casto fulgor enjuto.

 

Pétalos de lata débil

recaman los grises puros

de la brisa, desplegada

sobre los arcos de triunfo.

 

Y mientras el puente sopla

diez rumores de Neptuno,

vendedores de tabaco

huyen por el roto muro.

 

II

 

Un sólo pez en el agua

que a las dos Córdobas junta:

blanda Córdoba de juncos,

Córdoba de arquitectura.

Niños de cara impasible

en la orilla se desnudan,

aprendices de Tobías

y merlines de cintura,


para fastidiar al pez

en irónica pregunta

si quiere flores de vino

o saltos de media luna.

Pero el pez que dora el agua

y los mármoles enluta,

les da lección de equilibrio

de solitaria columna.

El arcángel aljamiado

de lentejuelas oscuras

en el mitin de las ondas

buscaba rumor y cuna.

 

Un sólo pez en el agua.

Dos Córdobas de hermosura.

Córdoba quebrada en chorros.

Celeste Córdoba enjuta.

 

¿Qué saben ustedes de San Rafael? ¿Qué sabemos todos los aquí presentes de San Rafael? ¿Por qué lo representamos de una determinada manera? ¿Por qué su imagen lleva en la mano un bastón de los de hacer senderismo en el que se apoya? ¿Para qué necesita un ángel una calabaza como cantimplora? Perdón. Un ángel, no: un arcángel. Es decir, un ángel con graduación. Uno de los siete que, según las Sagradas Escrituras, están junto al trono del Altísimo. Uno de los pocos a los que conocemos por su nombre propio, como a Uriel, Miguel o Gabriel. ¿Pertenece acaso a alguna peña de pesca deportiva y por eso lleva siempre colgado su trofeo? ¿Por qué le consideramos Custodio de la ciudad? Para responder a la última pregunta hemos de trasladarnos a la Edad Media en que 
Europa fue asolada por una epidemia de peste que diezmó a la población. ¿Saben quiénes fuimos de los pocos que nos salvamos?

Los cordobeses. Aquí la enfermedad pasó milagrosamente sin apenas causar daño. Dicen que porque nos encomendaron a San Rafael. Cuenta Teodomiro Ramírez de Arellano en sus “Paseos por Córdoba” que cuando la peste asolaba de nuevo la ciudad en el siglo XVI, el Arcángel se apareció en sueños al padre Andrés de las Roelas, quien se encontraba gravemente enfermo. Y fue el propio San Rafael el que le reveló que tenía como misión cuidar de esta ciudad y que la salvaría de la peste. Poco después de la última de esas apariciones, el padre Roelas se curó y empezó a dejar de morirse la gente. En una de ellas iba acompañado de otros cuatro caballeros, que resultaron ser cuatro de los mártires de Córdoba. De ahí la denominación de Cinco Caballeros, sumándole a él, que se da a la calle donde se produjo el maravilloso encuentro. En esa zona, cercana a Sagunto, hubo una cruz que posteriormente se perdería y parte de cuyos materiales constituyen hoy la base de un altarcito callejero dedicado a la Virgen, a la que también se atribuyen apariciones contemporáneas en el mismo lugar. Vuelvo a 
convertirme en portavoz de alguien que considera que en ese sitio debería colocarse una imagen del Arcángel (una escultura o un  azulejo, quizá) para recordar el encuentro de los Cinco Caballeros. 
La cuestión es que a partir de ese momento San Rafael fue nombrado Custodio Eterno de la ciudad y pocos años  después se levantó el primero de los triunfos a los que ya hemos  hecho referencia.

Pero, ¿existe algo más sólido que esta leyenda para conocer a San Rafael? ¿Se han narrado sus acciones concretas? ¿Se han anotado sus  palabras?

Permítanme que les cuente otra historia. Es un viejo relato escrito al parecer durante la era helenística, en el siglo tercero antes de Jesucristo, por un autor desconocido. Posee todas las trazas de ser la traducción griega de un original semítico, probablemente hebreo. Y ya les digo, tiene más de dos mil trescientos años de antigüedad. Se trata de la historia de un judío llamado Tobit, que fue deportado 
desde Tisbé, en la alta Galilea, durante el reinado de Salmanasar, rey de Asiria.

Tobit procedió toda su vida con sinceridad y honradez, haciendo muchas limosnas a sus parientes y compatriotas deportados con él a Nínive, de Asiria. Se casó con una mujer de su parentela llamada Ana y tuvo de ella un hijo al que puso por nombre Tobías. Cuando fue deportado siguió manteniendo sus costumbres judías absteniéndose de los manjares de los gentiles. Como tenía muy presente a Dios, el Altísimo hizo que se ganara el favor de Salmanasar, que le nombró su proveedor. Solía ir a hacer las compras a Ragués de Media y allí dejó en depósito unos sacos con trescientos kilos de plata. Durante su gestión con el rey, hizo muchas limosnas a sus compatriotas: dio su pan al hambriento, su ropa al desnudo y si veía a algún israelita muerto y arrojado a la muralla de Nínive, lo enterraba. Cuando murió Salmanasar le sucedió su hijo Senaquerib. Este último tuvo un problema con los israelitas y mató a un buen número de ellos. A los qué también dio sepultura Tobit contraviniendo las órdenes del monarca. Un ninivita lo denunció y tuvo que huir. El tirano le retiró su favor y confiscó todos sus bienes. No habían pasado cuarenta días cuando a Senaquerib lo asesinaron sus dos hijos. Uno de ellos le sucedió en el trono y puso como hombre de confianza a Ajicar, que era sobrino de Tobit.

Durante el reinado de Asaradón, regresó a su casa, le devolvieron a su mujer y a su hijo Tobías y volvió a disfrutar de su buena posición. 
Un día, sentado a la mesa, Tobit le pidió a su hijo que buscase a algún israelita pobre que se acordase de Dios con toda su alma y que lo trajese para que comiera con ellos. Cuando Tobías volvió contó a su padre que habían estrangulado a un compatriota y lo habían dejado tirado en la plaza. Tobit dio un salto, dejó la comida en la mesa, recogió el cadáver de la calle y lo metió en una habitación para enterrarlo cuando se pusiera el sol.

Los vecinos se reían:

— ¡Ya no tiene miedo! Lo anduvieron buscando para matarlo por eso mismo, y entonces de escapó; pero ahora ahí lo tenéis, enterrando muertos.

Aquella noche, después del baño, fue al patio y se tumbó junto a la tapia con la cara destapada porque hacía calor; no sabía que encima 
de la tapia había un nido de gorriones; su excremento caliente le cayó en los ojos y se le formaron nubes. Fue a los médicos para que lo curaran; pero cuantos más ungüentos le daban, más vista perdía, hasta que se quedó completamente ciego. Estuvo sin vista cuatro 
años. Todos sus parientes se apenaron de su desgracia, y Ajicar le cuidó dos años hasta que se marchó a Elimaida.

En aquella situación, su mujer, Ana, se puso a hacer labores para ganar dinero. Los clientes le daban el importe cuando les llevaba la labor terminada. En una ocasión, al acabar una pieza, los que se la habían encargado le pagaron lo acordado y le regalaron un cabrito para que lo llevase a casa. Cuando llegó, el cabrito empezó a balar. 
Tobit llamó a su mujer y le dijo:

—¿De dónde viene ese cabrito? ¿No será robado? Devuélveselo al dueño, que no podemos comer nada robado.

Ana le respondió:

—Me lo han dado de propina, además de la paga.

Pero él no la creía, y abochornado por su acción, insistía en que se lo devolviera al dueño. Entonces ella le replicó:

—¿Dónde están tus limosnas? ¿Dónde están tus obras de caridad?

Ya ves lo que te pasa.

Profundamente afligido, sollozó, se echó a llorar, y empezó a rezar entre sollozos:

“Señor , tú eres justo; todas tus obras son justas; tú actúas con misericordia y lealtad, tú eres el juez del mundo.


Manda que me quiten la vida y desapareceré de la faz de la tierra y en tierra me convertiré. Porque más me vale morir que vivir después de oír ultrajes que no merezco y verme invadido de la tristeza.

Manda, Señor, que yo me libre de esta prueba; déjame marchar a la eterna morada y no me apartes tu rostro, Señor”.

Aquel mismo día, Sara, la hija de Ragüel, el de Ecbatana de Media, tuvo que soportar también los insultos de una criada de su padre; porque Sara se había casado siete veces, pero el maldito demonio Asmodeo fue matando a todos los maridos cuando iban a unirse con ella, según costumbre. La criada le dijo:

—Eres tú la que matas a tus maridos. Te han casado ya con siete y no llevas el apellido ni siquiera de uno. Porque ellos hayan muerto, ¿a qué nos castigas por su culpa? ¡Vete con ellos! ¡Que no veamos nunca ni un hijo ni una hija tuya!

Entonces Sara, profundamente afligida, se echó a llorar y subió al piso de arriba de la casa, con intención de ahorcarse. Pero lo pensó otra vez y se dijo:

—¡Van a echárselo en cara a mi padre! Le dirán que la única hija que tenía, tan querida, se ahorcó al verse hecha una desgraciada. Y mandaré a la tumba a mi anciano padre de puro dolor. Será mejor no ahorcarme, sino pedir al Señor la muerte, y así no tendrá que oír 
más insultos.

Extendió las manos hacia la ventana y rezó:

“Bendito eres, Dios misericordioso.

Bendito tu nombre por los siglos.

Que te bendigan todas tus obras por los siglos.

Hacia ti levanto ahora mi rostro y mis ojos.

Manda que yo desaparezca de la tierra

para no oír m{s insultos. (<)


Soy hija única; mi padre no tiene

 otro hijo que pueda heredarlo

ni pariente próximo, o de la familia,

con quien poder casarme.

Ya se me han muerto siete,

¿para qué vivir más?

Si no quieres matarme, Señor,

escucha cómo me insultan”.

 

En el mismo momento, el Dios de la gloria escuchó la oración de los dos, y envió a Rafael para curarlos: a Tobit, limpiándole la vista, para que pudiera ver la luz de Dios, y a Sara, la de Ragüel, dándola como esposa a Tobías, hijo de Tobit, y librándola del maldito demonio Asmodeo, cuyo nombre significa el devastador, el destructivo (pues Tobías tenía más derecho a casarse con ella que todos los pretendientes). En el mismo momento Tobit pasaba del patio a la casa y Sara de Ragüel bajaba del piso de arriba.

Aquel día Tobit se acordó del dinero que había depositado en casa de Gabael, en Ragués de Media, (que está en la actual ciudad de Rai, al sur de Teherán) y pensó para sus adentros: “He pedido la muerte. 
¿Por qué no llamo a mi hijo Tobías y le informo sobre este dinero antes de morir? Entonces llamó a su hijo Tobías, y cuando se presentó le dijo:

—Hazme un entierro digno. Honra a tu madre, no la abandones mientras viva. Tenla contenta y no la disgustes en nada. Acuérdate, hijo, de los muchos peligros que pasó cuanto te llevaba en su seno. Y cuando muera ella, entiérrala junto a mí en la misma sepultura. Hijo, acuérdate del Señor toda tu vida. No consientas el pecado ni quebrantes sus mandamientos. Haz obras de caridad toda tu vida, y no vayas por caminos injustos, porque a los que obran bien les van bien los negocios. Da limosna al pobre y no sea tacaño. Si ves a un pobre no vuelvas el rostro, y Dios no apartará su rostro de ti. Haz limosna en proporción de lo que tengas; si tienes poco, no temas dar limosna conforme a ese poco. Así atesoras un buen caudal para cuando te veas en apuros, porque la limosna libra de la muerte y no deja caer en tinieblas. El que hace limosna presenta al Altísimo una buena ofrenda.(<) Ama a tus parientes y no te creas más que los hijos e hijas de tu pueblo, desdeñando tomar esposa entre ellos, porque en la soberbia está la perdición y la intranquilidad, y la pereza lleva a la indigencia y la miseria, porque la pereza es madre del hambre. No retengas ni una noche el jornal de tu obrero. Dáselo enseguida, que si sirves a Dios, él de lo pagará. Ten cuidado, hijo, en todo lo que haces y pórtate siempre con educación. No hagas a otro lo que a ti no te agrada. No bebas hasta embriagarte, que la 
embriaguez no te acompañe en el camino. (<) Pide consejo al sensato, y no desprecies un consejo útil. Bendice al Señor Dios en todo momento, y pídele que allane tus caminos y que te dé éxito en tus empresas y proyectos.

Bien, hijo, recuerda esta normas; que no se te borren de la memoria. Y ahora te comunico que en casa de Gabael, el de Gabri, en Ragués 
de Media, dejé en depósito trescientos kilos de plata.

Tobías respondió a su padre, Tobit:

—Padre, haré lo que me has dicho. Pero, ¿cómo podré recuperar ese dinero de Gabael, si ni él ni yo nos conocemos? ¿Qué contraseña puedo darle para que me reconozca y se fíe de mí y me dé el dinero? Además, no conozco el camino de Media.

Tobit le dijo:

—Gabael me dio un recibo, y yo le di el mío; firmamos los dos el contrato, después lo rompí por la mitad y cogimos cada uno nuestra parte, de modo que una se quedó con el dinero. ¡Veinte años hace que dejé en depósito ese dinero! Bien, hijo, búscate un hombre de confianza que pueda acompañarte, y le pagaremos por todo lo que dure el viaje. Vete a recuperar ese dinero.


Tobías salió a buscar un guía experto que lo acompañase a Media. Cuando salió se encontró con el ángel Rafael, parado; pero no sabía que era un ángel de Dios. Le preguntó:

—¿De dónde eres, buen hombre?

Respondió:

—Soy un israelita compatriota tuyo y he venido aquí buscando trabajo.

Tobías le preguntó:

—¿Sabes por dónde se va a Media?

Rafael le dijo:

—Sí. He estado allí muchas veces y conozco muy bien todos los caminos. He ido a Media con frecuencia, parando en casa de Gabael, el paisano vuestro que vive en Ragués de Media. Raqués está a dos días enteros de camino desde Ecbátana, porque queda en la montaña.

Entonces Tobías le dijo:

—Espérame aquí, buen hombre, mientras voy a decírselo a mi padre. Porque necesito que me acompañes; ya te lo pagaré.

El otro respondió:

—Bueno, espero aquí, pero no te entretengas.

Tobías fue a informar a su padre, Tobit:

—Mira, he encontrado a un israelita compatriota nuestro.

Tobit le dijo:

—Llámamelo, que yo me entere de qué familia y de qué tribu es, y a ver si es hombre de confianza para acompañarte, hijo.

Tobías salió a llamarlo:

—Buen hombre, mi padre te llama.

Cuando entró, Tobit se adelantó a saludarlo. El ángel le respondió:

—¡Que tengas salud!

Pero Tobit comentó:


—¿Qué salud puedo tener? Soy un ciego que no ve la luz del día. 
Vivo en la oscuridad, como los muertos, que ya no ven la luz. Estoy muerto en vida: oigo hablar a la gente, pero no la veo.

El ángel le dijo:

—Ánimo, Dios te curará pronto; ánimo.

Entonces Tobit le preguntó:

—Mi hijo quiere ir a Media. ¿Podrías acompañarlo como guía? Yo te lo pagaré, amigo.

Él respondió:

—Sí. Conozco todos los caminos. He ido a Media muchas veces, he atravesado sus llanuras y sus montañas; sé todos los caminos.

Tobit le preguntó:

—Amigo, ¿de qué familia y de qué tribu eres?

Rafael respondió:

—¿Qué falta te hace saber mi tribu?

Tobit dijo:

—Amigo, quiero saber exactamente tu nombre y tu apellido.

Rafael respondió:

—Soy Azarías, hijo del ilustre compatriota tuyo.

Entonces Tobit le dijo:

—¡Seas bienvenido, amigo! No te me enfades si he querido saber exactamente de qué familia eres. Ahora resulta que tú eres pariente nuestro, y de muy buena familia. Yo conozco a Ananías y a Natán los dos hijos del ilustre Semeyas. Iban conmigo a adorar a Dios en Jerusalén, y no han tirado por mal camino. Los tuyos son buena gente. Bienvenido, hombre. Eres de buena cepa.

Y añadió:

—Te daré como paga una dracma diaria y la manutención, lo mismo que a mi hijo. Acompáñale, y ya añadiré algo a la paga.

Rafael respondió:

—Lo acompañaré. No tengas miedo: sanos marchamos y sanos volveremos; el camino es seguro.


Tobit le dijo:

—Amigo, Dios te lo pague.

Luego llamó a Tobías y le habló así

—Hijo, prepara el viaje y vete con tu pariente. Que el Dios del cielo os proteja allá y os traiga de nuevo sano y salvo. Que su ángel os acompañe con su protección, hijo.

Tobías besó a su padre y a su madre y emprendió la marcha, mientras Tobit le decía:

—¡Buen viaje!

Pero la madre se echó a llorar, y dijo a Tobit:

—¿Por qué has mandado a mi hijo? ¡Él, que es nuestro apoyo, que lo teníamos siempre cerca! El dinero no es más que dinero, es basura en comparación con nuestro hijo. ¡Nos bastaba vivir con lo que Dios nos daba!

Tobit le dijo:

—No te atormentes. Nuestro hijo ha marchado sano y salvo, y sano y salvo volverá. Lo verás con tus ojos el día que regrese sano y salvo. 
No te atormentes ni te apures por ellos, mujer, que un ángel bueno lo acompañará, le dará un viaje feliz y lo traerá sano y salvo.

Ella dejó de llorar.

Cuando salieron el muchacho y el ángel, el perro se fue con ellos.  Caminaron hasta que se les hizo de noche, y acamparon junto al río Tigris. El muchacho bajó hasta el río a lavarse los pies, y un pez enorme saltó del río intentando arrancarle un pie. Tobías dio un grito, y el ángel le dijo:

—¡Cógelo, no lo sueltes!

Tobías sujetó al pez y lo sacó a tierra. Entonces, el ángel le dijo:

—¡Ábrelo, quítale la hiel, el corazón y el hígado, y guárdalos, porque sirven como remedios; los intestinos, tíralos.

El chico abrió el pez y juntó la hiel, el corazón y el hígado; luego asó un trozo de pez, lo comió y saló el resto.


Siguieron su camino juntos hasta llegar a Media.

Entonces Tobías preguntó al ángel:

—Amigo Azarías, ¿qué remedios se sacan del corazón, del hígado y de la hiel del pez?

El ángel respondió:

—Si a un hombre o a una mujer le dan ataques de un demonio o un espíritu malo, se queman allí delante el corazón y el hígado del pez, y ya no vuelven los ataques. Y si uno tiene nubes en los ojos, se le unta con la hiel; luego se sopla, y se cura.

Habían entrado ya en Media, y estaban cerca de Ecbátana, cuando Rafael dijo al chico:

—Amigo Tobías.

Él respondió:

—¿Qué?

Rafael dijo:

—Hoy vamos a hacer noche en casa de Ragüel. Es pariente tuyo, y tiene una hija llamada Sara. Es hija única. Tú eres el pariente con más derecho a casarse con ella y a heredar los bienes de su padre. La muchacha es formal, decidida y muy guapa, y su padre es de buena posición.

Luego siguió:

—Tú tienes derecho a casarte con ella. Escucha, amigo. Esta misma noche hablaré al padre acerca de la muchacha, para que te la reserve 
como prometida. Y cuando volvamos de Ragués hacemos la boda. Estoy seguro de que Ragüel no va a poner obstáculos ni la va a casar con otro. Se expondría a la pena de muerte, según la Ley de Moisés, sabiendo como sabe que su hija te pertenece a ti antes que a cualquier otro. De manera que escucha, amigo. Esta misma noche vamos a tratar acerca de la muchacha y hacemos la petición de mano. Luego, cuando volvamos a Ragués, la recogemos y la llevamos con nosotros a tu casa.

Tobías le dijo:

—Amigo Azarías, he oído que ya se ha casado siete veces, y todos los maridos han muerto en la alcoba en la noche de bodas cuando se acercaban a ella. He oído decir que los mataba un demonio, y como el demonio no le hace daño a ella, pero mata al que quiere acercársele, yo, como soy hijo único, tengo miedo de morirme y de mandar a la sepultura a mis padres del disgusto que les iba a dar. Y no tienen otro hijo que pueda enterrarlos.

El ángel le preguntó:

—¿Y no te acuerdas de las recomendaciones que te hizo tu padre: que te casaras con una de la familia? Mira, escucha, amigo, no te preocupes por ese demonio; tú cásate con ella; sé que esta misma noche te la darán como esposa. Y cuando vayas a entrar en la alcoba, coge un poco del hígado y del corazón del pez y échalo en el brasero del incienso. Al esparcirse el olor, en cuanto el demonio lo huela, escapará y ya no volverá a parecer cerca de ella. Cuando vayas a unirte a ella, levantaos los dos y orad pidiendo al Señor del cielo que os conceda su misericordia y que os proteja. No temas; que ella te está destinada desde la eternidad; tú la salvarás, ella irá contigo, y pienso que te dará hijos muy queridos. No te preocupes.

Al oír Tobías lo que iba diciendo Rafael, y que Sara era pariente suya, de la familia de su padre, le tomó cariño y se enamoró de ella.

Al llegar a Ecbatana, le dijo Tobías:

—Amigo Azarías, llévame derecho a casa de nuestro pariente Ragüel.

El ángel lo llevó a casa de Ragüel. Lo encontraron sentado a la puerta del patio; se adelantaron a saludarlo, y él les contestó:

—Tanto gusto, amigos; bienvenidos.

Luego los hizo entrar en casa, y dijo a su mujer, Edna:

¡Cómo se parece este chico a mi pariente Tobit!

Edna les preguntó

—¿De dónde sois, amigos?

Respondieron:

—Somos de la tribu de Neftalí, deportados a Nínive.

Ella siguió:

—¿Conocéis a nuestro pariente Tobit?

Respondieron:

—Sí.

—¿Qué tal está?

Le dijeron:

—Vive, está bien.

Y Tobías dijo:

—Es mi padre.

Entonces Ragüel dio un salto, lo besó llorando, y le dijo:

—¡Hijo, bendito seas! Tienes un padre excelente. ¡Qué desgracia que haya quedado ciego un hombre tan honrado y que daba tantas limosnas!

Y abrazado al cuello de su pariente Tobías, siguió llorando. Edna, la esposa, y su hija, Sara, lloraban también. Ragüel los acogió cordialmente y mandó matar un carnero.

Cuando se lavaron y bañaron, se pusieron a la mesa. Tobías dijo a Rafael:

—Amigo Azarías, dile a Ragüel que me dé a mi pariente Sara.

Ragüel lo oyó y dijo al muchacho:

—Tú come y bebe y disfruta a gusto esta noche. Porque, amigo, sólo tú tienes derecho a casarte con mi hija, Sara, y yo tampoco puedo dársela a otro, porque tú eres el pariente más cercano. Pero, hijo, te voy a hablar con toda franqueza. Se la he dado en matrimonio a siete de mi familia, y todos murieron en la noche en que iban a acercarse a ella. Pero bueno, hijo, tú come y bebe, que el Señor cuidará de vosotros.

Tobías replicó:

—No comeré ni beberé mientras no dejes decidido este asunto mío.

Ragüel le dijo:

—Lo haré. Y te la dará como prescribe la Ley de Moisés. Dios mismo manda que te la entregue, y yo te la confío. A partir de hoy, para siempre sois marido y mujer. Es tuya desde hoy para siempre. ¡El Señor del cielo os ayude esta noche, hijo, y os dé su gracia y su paz!

Llamó a su hija, Sara. Cuando se presentó, Ragüel le tomó la mano y se la entregó a Tobías con estas palabras:

—Recíbela conforme al derecho y a lo prescrito en la Ley de Moisés, que manda que se te dé por esposa. Tómala y llévala enhorabuena a casa de tu padre. Que el cielo os dé paz y bienestar.

Luego llamó a la madre, mandó traer papel y escribió el acta del matrimonio: “Que se la entregaba como esposa conforme a lo prescrito en la Ley de Moisés””. Después empezaron a cenar.

Ragüel llamó a su mujer, Edna, y le dijo:

—Mujer, prepara la otra habitación, y llévala allí.

Edna se fue a arreglar la habitación que le había dicho su marido. Llevó allí a su hija y lloró por ella. Luego, enjugándose las lágrimas, 
le dijo:

—Ánimo, hija. Que el Dios cielo cambie tu tristeza en gozo. Ánimo,  hija.

Y salió.

Al terminar la cena decidieron irse a dormir, y acompañaron al muchacho hasta la habitación. Tobías recordó los consejos de Rafael; sacó de la alforja el hígado y el corazón del pez y los echó en le brasero del incienso. El olor del pez contuvo al demonio, que escapó hasta le confín de Egipto. Rafael lo persiguió al instante y lo sujetó allí, atándolo de pies y manos.

Cuando Ragüel y Edna salieron, cerraron la puerta de la habitación. Tobías se levantó de la cama y dijo a Sara:

—Mujer, levántate, vamos a rezar pidiendo a Dios que nos proteja. 
Rezó así:

“Bendito eres, Dios de nuestros padres,

y bendito tu nombre por los siglos de los siglos.

 Que te bendigan el cielo y todas las criaturas por los siglos.

Tú creaste a Adán,

y como ayuda y apoyo creaste a su mujer, Eva:

de los dos nació la raza humana.

Tú dijiste: “No est{ bien que el hombre esté solo,

voy a hacerle alguien como él que le ayude”.

Si yo me caso con esta prima mía

no busco satisfacer mi pasión, sino que procedo lealmente.

Dígnate apiadarte de ella y de mí

y haznos llegar juntos a la vejez”.

Los dos dijeron:

—Amén, amén

Y durmieron aquella noche.

Ragüel se levantó, llamó a los criados y fueron a cavar un fosa; pues se dijo:

—No sea que haya muerto, y luego se rían y se burlen de nosotros.

Cuando terminaron la fosa, Ragüel marchó a casa, llamó a su mujer y le dijo:

—Manda a una criada que entre a ver si está vivo; porque si está muerto, lo enterramos, y así nadie se entera.

Encendieron el candil, abrieron la puerta y mandaron dentro a la criada. Entró y encontró a los juntos, profundamente dormidos, y salió a decir:

—Está vivo, no ha ocurrido nada.

Entonces Ragüel alabó al Dios del cielo:

“Bendito eres, Dios, digno de toda bendición sincera.

Seas bendito por siempre.

Bendito eres por el gozo que me has dado:

no pasó lo que me temía,

sino que nos has tratado según tu gran misericordia.

Bendito por haberte compadecido de dos hijos únicos.


Sé misericordioso con ellos, Señor, y protégelos;

haz que vivan hasta el fin disfrutando de tu misericordia”.

Ragüel mandó luego a sus criados que taparan la fosa antes del amanecer y a su mujer que hiciera una gran hornada. Él se fue a la vacada, trajo dos bueyes y cuatro carneros, mandó guisarlos y empezaron los preparativos. Después llamó a Tobías, y le dijo:

—Tú no te muevas de aquí en catorce días. Te quedas aquí comiendo y bebiendo en mi casa y haciendo feliz a mi hija, que bastante ha frido. Luego llévate la mitad de mis bienes, y vete enhorabuena a casa de tu padre. La otra mitad será vuestra cuando muramos mi mujer y yo. ¡Ánimo, hijo, yo soy tu padre Edna tu madre; somos tuyos y de tu mujer, desde ahora para siempre. Ánimo, hijo.

Entonces Tobías llamó a Rafael y le dijo:

—Amigo Azarías, vete a Ragués con cuatro criados y dos camellos. 
Llégate a casa de Gabael, dale el recibo, carga el dinero y a él y te lo traes a la boda. Ya sabes que mi padres estará contando los días, y basta que me retrase uno para darle un disgusto. Y ya ves que tampoco puedo quebrantar al juramento de Ragüel.

Rafael marchó a Ragués de Media con los cuatro criados y los dos camellos, y se hospedaron en casa de Gabael. Rafael le entregó el recibo y le habló de Tobías, hijo de Tobit: que se había casado y que le invitaba a la boda.

 

 

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