Quizá sean sólo palabras. Palabras…pero las palabras son importantes. El sofista cierto las adoraba: son el más pequeño de los objetos pero el más poderoso de los tiranos….con palabras se puede suscitar el amor, se pueden provocar revueltas, sediciones… se puede incitar al odio y a las pasiones más bajas que el hombre conoce.
La palabra es el diablo, o quizás sea al contrario, el diablo es la palabra (dia-bal-lo, la palabra, en griego) y el diablo es Lucifer (el portador de la luz, el que da conocimiento).
Y las palabras se juntan, se unen en armoniosas cadenas, se hilvanan en hermosas diademas argumentales, y hay orfebres de las palabras como hay orfebres de las piedras preciosas o de hilos de ricos metales.
José Antonio Luque es uno de ellos, y no el peor, por cierto. Por eso mañana recibirá en Córdoba, el reconocimiento público con el otorgamiento de la medalla que Andalucía otorga a sus hijos preclaros.
José Antonio Luque sabe mucha gente que es locutor de Canal Sur Radio, mucha gente sabe de su especial sensibilidad con los problemas de los niños más desfavorecidos, de los que fue maestro un tiempo. Y mucha gente sabe que todas las mañanas, con una puntualidad británica, José Antonio Luque desgranará la actualidad –esa cosa que sólo interesa momentáneamente- pero con un giro, un ribete humano, como el fármaco diluido o integrado en el excipiente, que la hace más duradera, más apreciable, más atractiva.
Poca gente sabe que José Antonio Luque es Laboral.
Sí, estudió en la nunca bien ponderada Universidad Laboral de Córdoba.
Yo lo sé porque fue compañero de promoción, y casi de banco –se sentaba en la primera fila, delante de mi, en el Aula 3B1, el curso 1978/79-, de eso hace mucho tiempo, ya lo sé, pero desde entonces, desde los verdores ingenuos y dubitativos de los dieciséis años, José Antonio quería ser ante todo y sobre todo, locutor de radio, y mientras escuchaba embelesado y suspenso el ánimo la diatriba incendiaria y algo histriónica del Padre Gago, mientras reía con ganas las ocurrencias de García Sedeño o Tarín López, fraguaba en su interior esa pasión que se abrió paso con el tiempo sorteando escollos y venciendo dificultades.
Recuerdo aquella “Etopeya” que un día nos mandó escribir el padre Gago, y que aún conserva y nos devolverá algún día.
Será como una “parusía” del viejo maestro.
Aquellos breves e intensos párrafos que se nos requerían, en los que todos queríamos embutir El Quijote con foto incluida, y donde todos al final resumíamos nuestras inquietudes adolescentes preñadas de presagios en frases pueriles y manidas, y en donde todos aparecíamos al final en una foto paseando con mirada fingidamente abstraída entre la arboleda aledaña a la laboral, (por supuesto la etiqueta exigía un gesto serio, tirando a trágico <un guiño para la galería>), ya fueron exponente de la singularidad, del sosiego y la madurez del joven José Antonio, que compuso una sonrisa abierta, una mirada franca en la que convergía una espiral de luz y de colores (no recuerdo si convergía en su boca, símbolo premonitorio de las “aladas palabras” que diría el rapsoda, de las miríadas de palabras que el joven habría de producir). El relato, la etopeya, creo recordar que la tituló “Colibrí”.
José Antonio trabajó mucho, trabajó duro, para bien de todos, como hacen los mejores, siguiendo la divisa que todavía alumbra desde los altos lugares del paraninfo (aún nadie se ha atrevido a quitarla).
Esto que narro es del año 1978. Mañana, año 2014, José Antonio recibirá el reconocimiento de todo un pueblo a su labor.
Regocíjate, José Antonio, tus viejos capitanes se enorgullecerán de ti. Tu admirado Gago te tendrá entre los mejores, y un viejo conmilitón como yo levanto mi copa, elevo un brindis para que todos los laborales, antiguos camaradas del Batallón Sagrado, se alegren por los laureles de un compañero que ha sabido y conseguido ser ejemplo de aquellas enseñanzas que un día nos regalaron.
¡Arriba esas copas, muchachos!
¡Por ti.!
¡Enhorabuena José Antonio!"