De los muchachos que fuimos a la UNI en el año 1964 sobre todo los del Colegio San Rafael, aunque hayan pasado tantos años, sin duda se acordarán de José María Triana.
Como buen compañero, dejó huella en los que le trataron.
Su excelente y agradable ánimo siempre estaba presente contagiando a los que compartían su amistad.
En mi caso, que éramos amigos en Burgos desde niños, el aprecio fue recíproco en todos los sentidos. La última vez que hable con él por teléfono me vino a decir con la voz quebrada pero con entereza, que parecía que la fatalidad estaba llamando a su puerta.
Ahora, se me agolpan los buenos e intensos ratos pasados y prefiero ser consecuente con su forma de ser.
Una anécdota propia de aquel tiempo, puede ser la de aquellos felices domingos que bajábamos a Córdoba.
Solíamos pasear por esa plaza de las Tendillas y alrededores.
¡Qué guapas son estas morenitas cordobesas! decíamos.
Si surgía una ocasión para entablar conversación con las chicas, allí estábamos nosotros con los recursos propios de esa edad.
La verdad es que en principio con él lo teníamos bastante fácil; simpático, brillantes ojos de pestañas rizadas, pelo azabache peinado con gracia, con ese aspecto y además llamándose Triana suponían que sería un saleroso chico andaluz…
Recuerdo la cara de extrañeza que ponían nada más escuchar su tono castellano al hablar. Sólo esta pequeña pincelada de tantos buenos momentos compartidos en el transcurso de los años. Ahora ya forma parte de mi íntima memoria con el inolvidable amigo Triana.
Él era de esos amigos que su ausencia es irremplazable para todos los que amamos el valor de la amistad.
Un abrazo a su familia.